lunes, 16 de agosto de 2010

An American Crime

(An American Crime)
USA, 2007. 97m. C.
D.: Tommy O'Haver P.: Jocelyn Hayes, Katie Roumel, Kevin Turen Christine Vachon & Henry Winterstern G.: Tommy O'Haver & Irene Turner I.: Ellen Page, Catherine Keener, Hayley McFarland, Ari Graynor F.: 2.35:1

En su extraordinario Felices como asesinos, el escritor Gordon Burn realizaba un escalofriante acercamiento a la esencia de la oscuridad que anida en el interior del ser humano utilizando como base el desgraciadamente verídico caso del matrimonio Fred y Rosemary West, en cuya casa fueron encontrados los restos de hasta ocho jóvenes que habían sido violadas, torturadas y asesinadas por el matrimonio West. Entre las víctimas se hallaban los cuerpos de las propias hijas de la pareja. Burn no se limita a describir los hechos basándose en las declaraciones de los implicados en el caso y las crónicas del momento, sino que realiza una compleja radiografía acerca de la fascinación del mal, de su existencia agazapado entre las capas de nuestra cotidianidad y las relaciones entre víctima y verdugos, unidos como si fueran piezas que un destino cruel y despiadado se empecina en unir. En Felices como asesinos el rostro no es el espejo del alma. Convivimos con el Mal diariamente. Le damos los buenos días, le invitamos a cenar o le ayudamos en las chapuzas de su casa. No lo detectamos ni lo distinguimos porque, en el fondo, es parte de nosotros.

An American Crime parte de un caso tristemente similar (y real): el de la joven de 17 años Sylvia Marie Likens quien sufrió todo tipo de palizas y humillaciones, incluyendo vejaciones sexuales, a cargo de Gertrude Baniszewski y su familia, a cuyo cargo había sido puesta junto con su hermana pequeña, Jennifer Faye Linkens, por sus padres, quienes estaban de gira con el circo en el que trabajaban. La primera mitad del film dirigido por Tommy O`Haver retrata tanto el lugar como la época en la que se desarrollaron los sucesos, demostrando que el horror puede incubarse ante nuestras narices, en el centro mismo de la cotidianidad más aburrida. Las primeras imágenes nos muestran unos años 60 casi idealizados por las artificialidad de una fotografía llena de colores pastel, pero a la vez descolorida, aportando un tono nostálgico al conjunto que contrasta brutalmente con el tenebrismo que inunda los rincones del interior del hogar de los Baniszewski, convertido en un limbo moral, esencia del puro Gótico Americano más perverso.

An American Crime retrata el trayecto por el cual una joven y guapa chica puede llegar a convertirse en un ser devalido, que ha perdido todo rastro de identidad, convertido en un trozo de carne incapaz de luchar ni gritar. Incapaz, en suma, de sentir pues le han arrebatado todo aquello que la definen como un ser humano. Las imágenes de Sylvia tumbada en el suelo, con su cuerpo marcado, sin moverse, resultan más escalofriantes que las propias torturas. Pero la mirada sobre el horror de O'Haver no se detiene aquí, sino que radiografía la facilidad con la que cualquiera puede llegar a convertirse en un ser despiadado, en un torturador, sólo por el mero hecho de poder serlo, auspiciado, envalentonado, por un territorio sin restricciones ni legales ni morales: la impunidad como un espacio en el que la civilización carece de sentido. Los hijos de la señora Baniszewski, entre ellos Johnny de apenas 13 años, así como compañeros del colegio que apenas la conocen serán los que mas se ensañen con Sylvia, simplemente por diversión.

Escribir un libro como Felices como asesinos posiblemente pueda quitarle el sueño a su autor, de igual manera en que lo hace con sus lectores. Estas son las consecuencias de mirar de frente, directamente, al Mal y descubrir que no es un concepto simbólico o metafísico, sino algo muy real y cercano. Este es un precio que Tommy O'Haver no está dispuesto a pagar ni, mucho menos, cobrárselo a sus espectadores. De esta manera, An American Crime utiliza todo tipo de recursos cinematográficos, desde estilísticos (la enfática banda sonora, la limpia fotografía, la utilización puntual de la cámara lenta) hasta genéricos (los lugares comunes del cine de juicios, del melodrama de época o el puro thriller) para dar rodeos y alejarse de ese horror que se intuye en las páginas del guión pero que nunca llega a asomar en las imágenes. Las concesiones a una discutible mirada poética en el climax de la historia, así como la participación de rostros tan populares como los de Catherine Keener y Ellen Page (entregadas en sus respectivos papeles de verdugo y víctima, pero cuya inevitable belleza rompe con el ambiente claustrofóbico y sórdido que se pretende crear) confirma las intenciones de su director para acercarse al terror de la vida real desde la seguridad de la ficción.

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