miércoles, 8 de septiembre de 2010

La zona muerta

(The Dead Zone)
USA, 1983. 103m. C.
D.: David Cronenberg P.: Debra Hill G.: Jeffrey Boam, basado en la novela de Stephen King I.: Christopher Walken, Brooke Adams, Tom Skerritt, Martin Sheen F.: 1.85:1

Que David Cronenberg fuera elegido para llevar a la pantalla uno de los best-sellers de Stephen King resulta indicativo tanto del prestigio como la popularidad que había alcanzado el director de Videodrome, a pesar del fracaso comercial de la que había sido su anterior producción. Para comprender mejor esta importancia recordemos que estamos hablando de una época en la cual el nombre del escritor de Maine no había llegado al grado de saturación que luce hoy día y las películas que llevaban su nombre no sólo habían sido un éxito en taquilla, sino que, además, podían presumir de venir firmadas por autores tan reconocidos como Brian De Palma, Tobe Hooper, Stanley Kubrick o George A. Romero.

Y, por paradójico que suene, es con La zona muerta, un film de encargo basado en material ajeno y cuya adaptación, además, no viene firmada por él mismo, donde Cronenberg demuestra la fortaleza de ese universo personal que había construido película a película y que puede adaptarse a materiales aparentemente tan alejados de sus intereses hasta conseguir hacerlos propios. A pesar de partir de un mismo punto (un anodino profesor de escuela, John Smith, sufre un accidente automovilístico que le deja en coma durante cinco años. Cuando despierta, John descubrirá que es capaz de ver el futuro -y el pasado- de las personas con quien tiene contacto físico), el tono de la novela de King y de la película de Cronenberg son bien distintos, hasta el punto de que la primera producción estadounidense del director de Scanners se incluye con naturalidad en su personal filmografía.

Si Stephen King construía una estructura en la que seguíamos paralelamente las trayectorias de John Smith y de Greg Stillson e incrementaba el suspense al hacer que la visión de Smith sobre los planes de Stillson no estuviera clara hasta el último momento, Cronenberg se centra en el personaje de John y en como sus poderes le afectan, siendo el resto de personajes y de sucesos como puntos en un recorrido abocado a un destino fatídico. Cronenberg vacía La zona muerta de toda perspectiva paranormal convirtiendo la habilidad visionaria de su protagonista en una enfermedad degenerativa, un cáncer que va deteriorando el cuerpo a la vez que expande la mente. De esta manera, John Smith entra en la galería de (anti)héroes de la Nueva Carne, una persona que tras un accidente (que nos recuerda el accidente de moto de la Rose de Rabia) acaba desarrollando (evolucionando) una parte de su cerebro para la que no está preparada su envoltura física.

Este punto de vista racional, incluso podríamos decir que científico, de los "poderes" de Smith se ve reflejado en la manera con la cual Cronenberg escenifica las visiones de su protagonista. Tanto en la escena en la cual Smith ve que la casa de la enferemera que le cuida está en llamas como en la del mirador de Castle Rock, donde un asesino en serie ataca a su víctima, Cronenberg incluye a Smith físicamente en el plano. Con esta decisión, por un lado consigue darle mayor intensidad a dichas visiones (Smith no sólo las ve, sino que las siente: acaba empapado en sudor tras visitar mentalmente el hogar en llamas); por otro, subraya su angustia, al no poder evitar los acontecimientos que se desarrollan ante sus ojos, pero que pertenecen al pasado (el asesino ensañándose con su víctima).

La zona muerta hace gala de una atmósfera de honda melancolía, con su protagonista moviéndose por un mundo al que ya no pertenece, perdiendo un poco de su humanidad cada vez que intenta integrarse. Una melancolía que se extiende a los escenarios que le rodean, permanentemente cubiertos de nieve. Unos escenarios que exudan un frío que convierten el corazón del protagonista en una figura de cristal llena de tristeza. Cronenberg encuadra con frecuencia a Smith con unos ligeros contrapicados, con los techos y las paredes bajo los que se cobija aprisionándole, encerrándole en unos planos de angustiosa claustrofobia. Transformado en un no-muerto con capacidad para cambiar el destino de los demás pero no el suyo (el protagonista adquiere la forma de un vampiro, enfundado en un abrigo negro con el cuello levantado que se asemeja tanto a una capa como a una mortaja), la única salida de John Smith será el convertir el magnicidio en un suicidio de valor mesiánico en esta película profundamente mortuoria.


2 comentarios:

Javier dijo...

Hay dos cosas que siempre recordaré de esta película: 1- Esos tonos fríos con los que Cronenberg plantea la historia. 2- El suicidio de las tijeras. Impactante de veras.
Tu reseña se ha adelantado a un nuevo visionado que le llevo debiendo a esta peli desde hace unos meses (gracias, como bien sabe, Mr. Int, a su obsequio).

José M. García dijo...

Me alegra que hayas destacado esa escena porque también me parece uno de los momentos álgidos de la peli, me encanta ese acercamiento ritual y fetichista al acto del suicidio.

Quería incluirlo en la reseña pero al final no vi la manera de hacerlo, así que con este comentario me quito la espina.

La edición de Manga dejaba bastante que desear, así que el obsequio no deja de ser un caramelo envenenado. Manos mal que Versus sacó posteriormente una edición especial muy recomendable.