martes, 14 de diciembre de 2010

Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno

(Mad Max Beyond Thunderdome)
Australia/USA, 1985. 107m. C.
D.: George Miller & George Ogilvie P.: George Miller G.: Terry Hayes & George Miller I.: Mel Gibson, Bruce Spence, Adam Cockburn, Tina Turner F.: 2.20:1

A lo largo de su metraje, Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno luce algunas de las imágenes más apocalípticas de la saga protagonizada por Max Rockatansky: un avión varado en medio del desierto; el cadáver de un caballo absorvido por la arena; la panorámica de la ciudad de Sidney absolutamente devastada. Estas desoladoras estampas nos confirman que, finalmente, el mundo que conocíamos ha sido totalmente engullido: ya no existen las interminables carreteras del primer título, ni el eterno yermo adornado con ruinas del pasado de la segunda película: ahora, todo es desierto. Ya no existen caminos ni carreteras, todo es una inmensa manta de arena que ha borrado por completo las huellas de la civilización: una página en blanco sobre la que empezar a diseñar un nuevo comienzo. En este sentido funcionan las mencionadas imágenes que nos muestran los edificios de una gran ciudad reducidos a imponentes cascarones vacíos: es la primera vez que en la saga aparece una ciudad, como si, a pesar del polvo y la destrucción imperantes, fuese una señal: es el momento de colocar los cimientos para la creación de un nuevo mundo.

Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno es una película espejo en la cual se ofrece dos alternativas (una el reflejo invertido de la otra) para ese resurgir. El nexo de unión es, por supuesto, Max, eterno vagabundo, que al principio fue hombre, después se convirtió en leyenda y que en esta ocasión adquirirá el rango de Mesias, de salvador de toda una comunidad y primera piedra para el levantamiento del ser humano. La primera parada de Max será en Ciudad Trueque, una comunidad levantada en medio del desierto y que supone el resurgimiento del medioevo como medio de supervivencia: el dinero ha desaparecido y los negocios vuelve a realizarse a través del intercambio de materiales; la energía tiene como materia prima una base tan naturalista como es los excrementos de cerdo; la creación de la Cúpula del Trueno, un renovado coliseo en el que los combatientes se enfrentan entre sí como gladiadores para disfrute del vociferante público. Ciudad del Trueque está caracterizado por la suciedad y la herrumbre; la violencia y el engaño. En suma, supone la materialización del lado más oscuro y perverso del ser humano: una Sodoma y Gomorra post-punk.

No resulta casual que la llegada de Max a la aldea habitada por una tribu formada exclusivamente por niños y adolescentes pase por un proceso simbólico de muerte y resurrección. Max ha sido contagiado por el pecado en su visita a Ciudad Trueque (llega a aceptar un trato con la regente de la ciudad para matar a una persona a cambio de víveres) y es necesario la purificación del desierto antes de poder entrar, limpio, en el paraíso: si, como decíamos, Ciudad Trueque suponía una Edad Media post-apocalíptica, la aldea supone un retroceso aún mayor, el regreso a un estado de esencial pureza y limpieza, en contínua comunión con la naturaleza (un oasis idílico en medio de la nada) aportando un inédito elemento místico, en contraposición a la grasosa fisicidad vista anteriormente.

Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno es la primera entrega de la trilogía consciente de los valores icónicos por la que se le reconoce y a los que, inevitablemente, tiene que acudir: el clímax final se construye con una persecución motorizada que sirve de pálido contrapunto del frenético final de la anterior entrega. Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno carece del subyugante tono abstracto de la primera parte y de la épica desaforada de la segunda y resulta innegable una cierta tendencia que ablanda la pavorosa crueldad característica de la saga (sólo hace falta comparar el niño-bestia de Mad Max 2. El guerrero de la carretera con la figura del buen salvaje que representa la tribu de jóvenes) pero no deja de ser una decisión coherente con el discurso de esta (supuesta) entrega final: Mad Max. Salvajes de la autopista nos mostraba los restos de una civilización que se caía a pedazos; su continuación servía para mostrarnos la nueva fauna humana y los valores éticos (o, mejor dicho, su falta) que la sustituían. Mad Max. Más allá de la Cúpula del Trueno presenta la primera posibilidad para levantar de nuevo esa civilización utilizando unos andamios purificados, limpios. No nos ha de extrañar, por tanto, que se deje entrar un poco de luz entre la oscuridad: por fin, entre el nihilismo y la brutalidad, la esperanza encuentra su espacio.

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