miércoles, 10 de agosto de 2011

El tiempo no espera

(Shun liu Ni liu)
Hong Kong/China, 2000. 113m. C.
D.: Tsui Hark P.: Tsui Hark G.: Hui Koan & Tsui Hark I.: Nicholas Tse, Wu Bai, Candy Lo, Cathy Tsui

El tiempo no espera comienza con un montaje acelerado que nos muestra a su protagonista principal, el joven Tyler, en diferentes acciones según el plano. Tan pronto está vestido con una camisa blanca ensangrentada y con el brazo vendado como le vemos con traje y golpeando el secador de manos de un cuarto de baño. Más tarde comprobaremos que en ese inicio se han utilizado imágenes de momentos posteriores del film, como un resumen del film que vamos a ver a base de flashforwards. La voz que acompaña este montaje es la del propio Tyler que nos propone una especie de resumen de la creación del mundo por parte de Dios, mientras se van insertando imágenes del cielo o planos generales de la vida nocturna en la ciudad. De esta manera, el prólogo de El tiempo no espera se presenta como el Génesis de la película, un punto cero narrativo en el que se concentran el presente, el pasado y el futuro, a la vez que da una primera muestra de la fragmentación estructural y acelaración narrativa de un film en el que los tiempos verbales están jugando entre sí constantemente.

Convertido en figura clave en la configuración del cine hongkonés moderno ya sea en su faceta como director (la seminal Zu. Guerreros de la montaña mágica y la no menos mítica Érase una vez en China) como en la de productor (desarrollando, junto al director John Woo, el revolucionario modelo de cine de acción que plantearon con películas tan indispensables como Un mañana mejor y The Killer), Tsui Hark regresaba a la industria cinematográfica hongkonesa tras su aciaga experiencia hollywoodiense (de la que se puede rescatar, con todo, títulos tan disfrutables como En el ojo del huracán). En este sentido, la desmesura formal y grandiosidad tonal que luce El tiempo no espera no ha de considerarse tanto como un pirotécnico run for cover como un estruendoso golpe en la mesa por parte de un director que parece haber despertado un sexto sentido a la hora de hallar inéditas soluciones visuales.

El tiempo no espera hace gala de un guión deliberadamente exiguo sobre el que Tsui Hark trabaja para demostrar las posibilidades expresivas del medio audiovisual. Así, si sobre el papel la historia no pasa de lo correcto (un joven que entra a trabajar en una empresa de seguridad clandestina para conseguir el dinero con el que mantener a una chica que dejó embaraza), es en la forma en la que esta trama argumental se desarrolla en la pantalla por la cual El tiempo no espera se convierte en un film inusualmente denso por cuanto dicha densidad surge de los malabarismos narrativos orquestados por su director, llegando, incluso, a entrar en el terreno de lo casi ininteligible con unos personajes en perpetuo movimiento y de comportamientos en ocasiones confusos. Una confusión producida por el empeño del director de Siete espadas de renegar de cualquier tipo de escena de transición en una película que hace de la velocidad su motor de combustión.

Por otro lado, como si Hark quisiera celebrar la entrada en el nuevo milenio con un repaso de su labor dentro del cine de género, El tiempo no espera supone un resumen de las diferentes constantes del cine de acción de las últimas décadas: el sempiterno plano de los enemigos apuntándose con sus pistolas y la utilización de blancas palomas a lo John Woo; los movimientos coreográficos jugando con el espacio y los objetos; las peleas mano a mano según los códigos del cine de artes marciales; las vertiginosas persecuciones automovilísticas; el cine de espías con tendencia a la abstracción. De manera inevitable, surge un film que se propone como la muestra definitiva del género a la vez que introduce un elemento desmitificador (la pistola falsa que utiliza Tyler) con el que se quisiera cerrarlo. Llevarlo al límite para, a partir de ahí, empezar desde cero.

El tiempo no espera es un film tan alucinado como alucinante que partiendo de la pura fisicidad (esa explosión vista "desde dentro") recala en lo fantasmagórico (la estación inundada por el gas lacrimógeno a modo de niebla por la cual desaparecen los protagonistas) y acaba penetrando en terrenos surrealistas (la mujer apuntando con la pistola mientras da a luz; el combate final en el concierto), suponiendo tanto una experiencia sensorial límite como un desafío a la capacidad de retención y asimilación del espectador. Y es que El tiempo no espera, al igual que el tiempo y la marea, no espera a nadie.


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