domingo, 3 de junio de 2012

Sacrificio

(Offret)
Suecia/UK/Francia, 1986. 142m. C.
D.: Andrei Tarkovski P.: Anna-Lena Wibom G.: Andrei Tarkovski I.: Erland Josephson, Susan Fleetwood, Allan Edwall, Guorún Gísladóttir

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Los títulos de crédito de Sacrificio se superponen a un detalle de la pintura Adoración de los magos, una de las primeras grandes obras de Leonardo da Vinci, en el que se nos muestra al niño Jesús, sujetado por los brazos de la Virgen María, tocando con sus pequeñas manos uno de los presentes entregados por los tres Reyes Magos. Como acompañamiento sonoro de esta secuencia se escucha el bello Matthäus-Passion: Erbarme Dich, compuesto por Johann Sebastian Bach. Por tanto, podemos afirmar que los genéricos de Sacrificio presentan una cualidad netamente artística. Pero, cuando dejan de desfilar los créditos y la cámara empieza a moverse, recorriendo el cuadro en vertical, mostrando el árbol que se levanta por encima de los adoradores del Mesías recién nacido, la música se desvanece, siendo sustituida por el sonido ambiente de una costa pedregosa: el ruido de las gaviotas, las olas rompiendo contra la orilla rocosa, el viento meciendo la hierba. Ese movimiento de cámara nos transporta de un territorio puramente artístico a uno más inconcreto en el que el arte (la pintura expuesta) y la realidad (el sonido naturalista) se funden formando un único elemento.

La primera imagen de la película ahonda en esta idea. Un plano general que muestra al protagonista, el profesor universitario Alexander, plantando un árbol estéril con la ayuda de su hijo de corta edad. El sonido que se escucha es el mismo que acompañaba la pintura, por tanto, inicialmente, pudiera pensarse que lo que ha pretendido Tarkovski es un enlace entre el arte y la realidad, pero enseguida comprobamos que no es así. Los lentos y ceremoniosos movimientos de cámara que siguen a los personajes en sus movimientos son análogos al que recorría el cuadro de Da Vinci: las diferencias entre el arte y la realidad, entre lo artificioso y lo naturalista, se rompe desde los primeros minutos de esta obra maestra en la cual Tarkovski despliega su penetrante mirada poética para alcanzar un poderoso, tan arrollador en su fuerza como liviano en su humilde presentación, estilo trascendental. Los planos secuencia que dan forma a este estilo toman la forma de composiciones pictóricas en movimiento, en las que el tiempo se comprime y los movimientos de los personajes se aletargan.

Pero el cuadro de Da Vinci no sirve sólo como presentación de una idea al principio de la película, sino que aparecerá materialmente integrado en la acción. Cuando el cartero Otto se topa con este cuadro en la casa de Alexander, colgado en una desnuda pared blanca y protegido tras un cristal, éste confiesa que le produce escalofríos entre otras cosas porque hay algo oculto que parece esconderse en él. En la tenue distancia entre la pintura y el cristal que la protege parece hallarse la fractura que sesga la realidad en la que se mueven los personajes. Así, a lo largo del metraje de Sacrificio encontramos varios motivos que apuntan a una cierta artificiosidad instalada en los pliegues de la cotidianidad: la estudiada teatralidad de las escenas que acontecen en el interior de la estancia de la casa de Alexander; el pasado como actor teatral del propio Alexander; el pasado como profesor de historia del cartero Otto así como su tendencia a filosofar; el mapa europeo del siglo XVII que Otto le regala a Alexander y que, según este, no representa en absoluto la realidad, de igual manera a que no lo hacen los mapas contemporáneos; la reproducción en miniatura de su casa que encuentra Alexander en medio del bosque.

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Durante las primeras secuencias de Sacrificio observamos a Alexander dando un paseo con su hijo por el bosque cercano a su casa. El niño ha sufrido una reciente operación de anginas, por lo cual no puede hablar así que, durante todo el itinerario, permanece en silencio escuchando a su padre. Un padre quien en sus largos monólogos da muestra de una actitud desencantada acerca de su vida en particular y de la especie humana en general. Una especie que no ha sido capaz de convivir en armonía con la naturaleza, sino que ha invadido el propio medio que necesitan para sobrevivir, sometiéndola bajo su fuerza. En un momento del paseo, y tras llegar a la conclusión de que, quizás, lo mejor hubiera sido que el ser humano no hubiera existido, Alexander se da cuenta de que su hijo ha desaparecido. Entonces, Tarkovski introduce un plano de hondo calado sugestivo: la imagen de una parte del bosque, con la brillante hierba verde mecida por el viento, rodeada de los gruesos y oscuros troncos de los árboles. En un principio, es inevitable pensar, al igual que lo hace Alexander, que el pequeño ha sido absorbido por la propia Naturaleza.

Más adelante, será la empleada de Alexander, Maria, la primera que rompa la cuarta pared mirando y hablando directamente a la cámara, dirigiéndose ya no al resto de los personajes, sino al propio equipo de rodaje y, más allá, a los mismos espectadores. Minutos más tarde, Alexander realizará lo propio, implorando a la fuerza que se agazapa más allá de la pantalla y ofreciéndole (ofreciéndonos) aquello que más le importa con objetivo de salvar a esa misma humanidad que poco antes exterminaba conceptualmente. Lo fantástico surge en Sacrificio no tanto a través de su argumento (la llegada del apocalipsis desde la perspectiva de una familia acomodada apartada del mundanal ruido) como de su forma. La puesta en escena de Tarkovski no busca el retratar el entorno, el mostrarlo, sino diseccionarlo, separar las capas que forman la realidad de cara a mostrar el motor oculto que la mueve. Así, con un movimiento de cámara podemos pasar de lo familiar, lo cotidiano, a lo desconocido, lo extraño.

Es por ello que lo sobrenatural se abre paso con naturalidad a través de las imágenes de Sacrificio. La historia de fantasmas que cuenta Otto, la llegada del fin del mundo o la propia Maria, quien es señalada como una bruja que tiene el poder para salvar a la humanidad. Que lo esotérico forme parte de la existencia de los protagonistas, sin que ni siquiera estos se den cuenta de ello, no deja de ser un apunte más del discurso de Tarkovski acerca de la multiplicidad de niveles que forman nuestra percepción de la realidad. Anotemos que serán Alexander y Maria los que miren directamente a la cámara, como si ambos hubieran dado un paso adelante en esa misma percepción, rasgando el velo que cubre la mirada del resto de sus congéneres. Un paso que tendrá que pagarse, que solicitará un tributo, un sacrificio, que quizás no sea lo que más queremos, sino lo que más necesitamos: la cordura.

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Estrenada siete meses antes de que su director muriera por causa del cáncer, es inevitable ver Sacrificio sin tener en cuenta dicho dato. Por tanto, resulta tentador intentar analizar, descubrir, este título como el testamento de Andrei Tarkovski, como coda final de su cine, pero también de su filosofía vital. Inevitable, tentador y posiblemente necesario. Porque, a pesar de su aparente discurso pesimista, Sacrificio ofrece en sus planos finales un rayo de esperanza, de optimismo, de cara al futuro del hombre. A la atmósfera mortuoria que acompaña al apocalipsis se contrapone la inocencia del futuro. Un futuro representado en la frágil figura de un niño pequeño (el hijo de Alexander) quien en su pureza logrará triunfar allí donde fracasa la oscuridad de los adultos.

Sacrificio finaliza enlazando con su principio. La cámara vuelve a partir de la imagen de un niño para realizar un movimiento ascendente, recorriendo el tronco de un árbol hasta terminar en su copa, mientras de fondo se escucha, de nuevo, el mismo tema de Bach. Pero esta vez no es una pintura, sino una imagen directamente extraída de la realidad. Aunque, ¿acaso importa? El cegador fundido en blanco con el que concluye la película nos confirma que el mensaje, la idea que promueve Sacrificio, no supone tanto la posible interrelación entre la realidad y la ficción, lo natural y el arte, como las complejidades de una existencia, ante la cual una posición pesimista resulta tan necesaria como imprescindible una actitud esperanzadora.

1 comentario:

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