martes, 30 de abril de 2013

The Lords of Salem

(The Lords of Salem)
USA/UK/Canadá, 2012. 101m. C.
D.: Rob Zombie P.: Jason Blum, Andy Gould, Oren Peli, Steven Schneider & Rob Zombie G.: Rob Zombie I.: Sheri Moon Zombie, Bruce Davison, Jeff Daniel Phillips, Judy Geeson



American Witch
¿Cuál es el motivo por el cual, de una película a otra, Rob Zombie parece haber sido condenado al ostracismo por los distribuidores de nuestro país? Recordemos que la irrupción del hasta ese momento músico norteamericano con La casa de los 1.000 cadáveres coincidió con la aparición de un grupo de jóvenes cineastas dispuestos a renovar el panorama del género de terror mirando, precisamente, a su pasado. Películas como Cabin Fever, Alta tensión, Dog Soldiers o la propia ópera prima de Zombie se miraban en el espejo de las icónicas muestras genéricas de los años 70, recuperando sus texturas hiperrealistas, su descarnada visión de la violencia y su retorcida mirada política. No es extraño que algunos de sus directores acabaran realizando remakes oficiales de aquellos títulos. Es precisamente una de estas nuevas versiones, Halloween. El origen, la despedida de Zombie de nuestras pantallas grandes. Su siguiente título, Halloween II, tras ser retenida durante más de dos años, finalmente vería la luz en los márgenes del mercado doméstico. ¿Tiene que ver con esta situación la radicalización del concepto del horror del director de Los renegados del diablo? ¿Acaso las imágenes turbulentas, profundamente insanas e incómodas, de sus trabajos le han convertido en persona non grata? ¿Quizás es que el cine de Rob Zombie da miedo de verdad? Si fuera así, posiblemente un título tan radical como The Lords of Salem permanezca para siempre inédita.

Si bien con The Lords of Salem Rob Zombie ha asentado las bases para el desarrollo de una mirada personal e intransferible del horror, no por ello carece de las referencias habituales de su cine, las cuales, al contrario de lo habitual, no son desplegadas a través de una serie de citas o guiños cómplices, sino que están integradas con naturalidad dentro de la trama. A la hora de bucear en este océano referencial se ha acudido al nombre de John Carpenter, concretamente a uno de sus mejores films, La niebla. Efectivamente, la protagonista de The Lords of Salem, Heidi, es una locutora de radio, al igual que el personaje interpretado por Adrienne Barbeau en la película de Carpenter quien se verá acosada por una amenaza sobrenatural terriblemente física cuyo origen está en su propio árbol genealógico. Pero, más allá de estos apuntes, Zombie rescata la atmósfera de La niebla, especialmente en los planos que nos muestra las desoladoras calles del Salem actual, ausentes sin vida, casi siempre oscurecidas por la llegada del crepúsculo, mientras las sombras se apoderan poco a poco de los edificios.

Si nos centramos en el aspecto argumental, encontramos referentes más evidentes. La acción se centra en un edificio, convertido en un bloque de apartamentos en alquiler. Al final del pasillo en el que vive Heidi se sitúa la puerta de uno de los apartamentos, el número cinco, el cual, como sabremos más tarde, es un enlace que conecta directamente con el infierno. Una idea que nos trae a la memoria un título clave del cine satánico de los 70, aunque quizás no de los más recordados, como es La centinela, e, incluso, El más allá, de Lucio Fulci. Más allá de la importancia de este decorado, la atención de Zombie se centra, sin duda, en La semilla del Diablo (si bien algunos elementos simbólicos también remiten a una película menos prestigiosa, los Ritos satánicos de Brian Yuzna). No andamos desencaminados si consideramos a The Lords of Salem como un remake introspectivo del film de Polanski. Sin en este seguíamos los avatares de Rosemary, compartiendo su confusión y temores subjetivos, pero sin llegar a penetrar en la materialización de esos miedos, Rob Zombie nos transporta de lleno al centro de la pesadilla.

Living Dead Girl
Ya en los primeros minutos, Rob Zombie establece la atmósfera que presidirá el resto del relato. Intercalado entre los créditos iniciales, nos presentan a Heidi a través de una serie de primeros planos en los que queda en evidencia su cansancio, estando a punto de caer dormida. Seguidamente, damos un salto en el tiempo, situándonos en el siglo XVII, asistiendo, mediante la escritura del diario de un reverendo obsesionado por la brujería, a un aquelarre oficiado por un grupo de brujas, presididas por la anciana Margaret Morgan. En el interior de los oscuros bosque de Salem, alrededor de una fogata, las brujas dan rienda suelta a sus discursos blasfemos para despojarse de sus vestiduras, mostrando sus maltrechos y tortuosos cuerpos. La imagen de los ojos y cuernos de una cabra nos trae de vuelta al presente. Heidi está acostada, completamente desnuda. La cámara recorre con delectación su joven y esbelta figura.

De esta manera, Zombie nos informa de que hay una unión entre el pasado y el presente, entre los cuerpos desnudos de las brujas y el de Heidi, la cual, antes de cualquier información, queda emparentada con ellas. Incluso la decoración de la habitación, con esos gigantescos paneles que remiten al cine de George Méliès impregnan el ambiente de un tono esotérico (el rostro de la luna tuerta presidiendo la cabecera de la cama), penetrantemente onírico y fantasioso. Por tanto, la ambigüedad se impone en los márgenes de los fotogramas, desvirtuando lo que conocemos como realidad para señalar que en su interior se mueven los engranajes de lo irreal.

The Lords of Salem nos propone una estructura episódica en un doble sentido: por un lado, la división del metraje en los días de la semana; a un nivel interno, las sucesivas pesadillas que poco a poco van minando la seguridad de Heidi. Esa ambigüedad de la que hablábamos  antes preside por entero The Lords of Salem. Durante tres cuartas partes de la película, Rob Zombie nos presenta una trama aparentemente convencional: la presentación de los personajes, las tímidas miradas a su pasado, los escasos apuntes sentimentales, el propio desarrollo de la acción (las investigaciones del escritor Francis Matthias que van aclarando la trama). El escalofrío se apodera del espectador al constatar que las diferencias entre la vigilia y el sueño no son tan aparentes como parece, y que esa convencionalidad es relativa.

A través de un atento trabajo de planificación, Zombie pervierte la seguridad de la protagonista, a la vez que la del público. Destaquemos la perenne oscuridad que ensombrece los pasillos del edificio en el que vive Heidi, apenas iluminados por unas lámparas colgantes que se agitan movidas por una fuerza invisible. La colocación de la cámara siempre busca el potenciar el carácter amenazante de las imágenes, convirtiendo cualquier momento, por aparentemente tranquilo o relajado que pudiera parecer, en fuente continua de hostilidad. Un panorama en el que el Mal puede integrarse con naturalidad y, sobre todo, con una pavorosa presencia física: el tortuoso cuerpo desnudo de Margaret "encajonado" en una esquina de la cocina, sin que Heidi se percate de su presencia; la figura enmascarada que pasea una cabra en los alrededores de una iglesia.

Las sucesivas pesadillas que sufre Heidi van desmontando sus puntos de seguridad, dejándola sola: la lasciva escena en la que busca refugio en la solemne paz de una iglesia, donde será acosada por el sacerdote, obligándola a realizarle una felación; ese otro momento en el que Heidi huye de su casa para buscar el consuelo en el hogar de uno de sus amigos, quien resultará poseído por los poderes oscuros que la persiguen implacablemente. Así, desolada, carente de consuelo propio ni ajeno, Heidi volverá a recaer en la adicción a las drogas. El proceso de desintegración psicológico y físico ha finalizado. Las barreras han caído: la hora de Satán ha llegado.

Demonoid Phenomenon
A nadie que conociera el pasado musical de Rob Zombie debió sorprenderle el estilo excesivo y fragmentado de La casa de los 1.000 cadáveres, cercano al de los vídeo-clips de White Zombie, el grupo que capitaneara a partir de los años 80 y que escenificaban a través del uso del maquillaje y la ropa los aspectos más oscuros, agresivos y satánicos del heavy metal. Un estilo que se relajaría con su siguiente propuesta, la magnífica Los renegados del diablo, más atenta a un trabajo de realización frontal y desnudo, dispuesto a destapar el horror agazapado en lo cotidiano (¿alguien puede olvidar la frenética carrera hacia la demencia de una mujer con el rostro cubierto por una máscara de piel humana?).

Con The Lords of Salem vuelve a rescatar su herencia musical, pero no en forma de canciones, sino haciendo uso de la misma esencia diabólica intrínsecamente relacionada con la música rock. No hace falta sacar a colación la vertiente más dura del macro-género popular por excelencia, con sus grupos convertidos en escalofriantes criaturas del averno dispuestos a castigar nuestros oídos con brutales estallidos sonoros a modo de preámbulo sónico del infierno: recordemos a los Beatles incluyendo a Aleister Crowley en su mosaico pop para la emblemática portada del inmortal Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band.

Para su última propuesta, Zombie rescata la cara más esotérica del rock a través de uno de sus leyendas urbanas más sugerentes: el disco maldito, aquel que reproducido a la inversa descubre luciferinos cantos y rituales maléficos. Al principio del metraje, Heidi y sus compañeros de radio entrevistan al miembro de una banda de heavy metal. Éste proclama sus discursos blasfemos contra Dios, la iglesia y la religión cristiana en general. Sus palabras son tomadas a risas por los otros, que no le toman en serio. Este personaje no volverá a salir, pero en su breve participación ya nos ha inoculado el temor: cuando Heidi recibe de manera anónima un vinilo con una oscura grabación a nombre de los Señores de Salem (the Lords of Salem) la risa se nos congela en los labios.

De manera coherente, el clímax final de The Lords of Salem tiene lugar en un teatro. El nacimiento del Anticristo no será una celebración silenciosa en el anonimato, sino un himno origiástico. La utilización del Requiem de Mozart une puentes entre la música clásica (Mozart, J.S. Bach) y la música contemporánea más estruendosa (Leviathan the Fleeing Serpent; en realidad, grupo de heavy ficticio creado por Rob Zombie y John 5) y sensual (The Velvet Undreground). Nosotros, como público sentado en las butacas de esa sala, somos testigos y participantes del mayor rito satánico que se haya concebido jamás en una sala cinematográfica. Una violenta y arrolladora batería de imágenes de histérico componente sacrílego (esos curas de rostro desfigurado masturbándose, Heidi montando a una cabra, un feto crucificado y envuelto en llamas) que tiene como resultado no la oscuridad, la llegada de las tinieblas, sino la luz de la revelación.

Los créditos finales transcurren por la pantalla mientras la cámara realiza un incesante giro de 360º por las calles de Salem. Hemos vuelto al exterior, al frío, al viento, a la lluvia. ¿A la realidad? Los planos fijos y los travellings suaves ya no tienen cabida. Nuestra percepción de la realidad ya no tiene bases sólidas sobre las que asentarse. Estoy convencido de que cada vez que alguien ve The Lords of Salem se abre uno de los cerrojos de la puerta del Infierno.



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