domingo, 19 de mayo de 2013

Las ventajas de ser un marginado


(The Perks of Being a Wallflower)
USA, 2012. 102m. C.
D.: Steve Chblosky P.: Lianne Halfron, John Malkovick & Russell Smith G.: Steve Chblosky, basado en su novela I.: Logan Lerman, Emma Watson, Ezra Miller, Dylan McDermott


La primera escena de Las ventajas de ser un marginado nos presenta a su protagonista, Charlie, escribiendo una carta a mano. Suponemos que se trata de una persona muy cercana en sentimientos, por el tono confesional y personal de la redacción, pero alejada físicamente, por el tono melancólico de sus palabras. Mientras escribe oímos el texto en off a la vez que la cámara realiza un movimiento de retroceso, de la nuca de Charlie a mostrarle en plano general sentado delante de su escritorio. Este travelling situará el discurso del film: todo lo que vamos a presenciar a lo largo del metraje es la visión subjetiva de los hechos que vivirá Charlie. Así, su estado de ánimo condicionará las soluciones visuales y musicales que utilizará su director para narrar esos acontecimientos.

No resulta habitual que un escritor decida llevar a la pantalla una novela propia haciéndose cargo de la puesta en escena de la misma. A raíz de la metodología narrativa expuesta en el anterior párrafo podemos pensar que el hecho de que Stephen Chbosky haya dirigido esta adaptación de la novela homónima que publicó en 1999 haya sido el interés del escritor/realizador por bucear en las posibilidades narrativas de su misma propuesta argumental. Inevitablemente, en el momento en el que las imágenes sustituyen a la letra impresa un cariz de inmediatez se apodera del conjunto. Así, las descripciones introspectivas en la psique del protagonista que seguramente encontremos en la novela (he de confesar que no la he leído, así que hablo de hipótesis sugeridas por el visionado de la película) son sustituidas por una retahíla de referencias literarias y, sobre todo, musicales que tienen como objetivo exteriorizar los estados anímicos de los jóvenes protagonistas.

El carácter relativamente elitista de los grupos escuchados, todos ellos pertenecientes a un pasado que la mayoría de los adolescentes de hoy en día consideran remoto, subraya la condición de supuestos marginados de los personajes, todos ellos desarraigados dentro de la cruel y estricta jerarquía clasista imperante en los pasillos de los institutos, donde tu condición física, de edad o sexual puede suponer un estigma capaz de sustituir a la propia identidad personal (Sam llega a afirmar que el primer año de instituto escuchaba Los 40 Principales, como si hablara de una persona totalmente distinta a lo que es ahora, gracias a Dios, alejada de la masa mainstream). Así funciona la utilización de la icónica "Heroes" de David Bowie, convertida en un himno de afirmación personal, vital y existencial; una celebración épica de todos aquellos obligados por las circunstancias o el entorno a vivir con la cabeza agachada (como deja bien claro la imagen de Sam subida a la parte de atrás de la furgoneta en la que viaja con Charlie y su hermanastro Patrick, extendiendo los brazos al cielo, mirando directamente a las estrellas).

Pero en esta misma idea encontramos la trampa de Las ventajas de ser un marginado al conferir un hálito cool a sus desclasados adolescentes: amantes de la buena música (según sus propias palabras), atractivos y bien vestidos, los personajes del film alardean de sus conocimientos culturales, ya sea a nivel clásico o pop (todos ellos trabajan en un cine donde representan, por supuesto, The Rocky Horror Picture Show mientras la película de Jim Sharman se proyecta a su espalda), tienen su grupo de amigos con quienes montan sus fiestas bien regadas de alcohol y drogas suaves mientras se confiesan el estado de sus relaciones sentimentales. Esta mirada superficial a las dificultades de integración de una edad tan problemática a nivel existencial empapa por completos las imágenes del film, las cuales buscan la identificación completa con los protagonistas, sin llegar nunca a profundizar en sus miedos o deseos.

Es el momento para recuperar el primer párrafo con el que iniciamos este texto. Durante una fiesta celebrada después de un partido de fútbol americano, Charlie le confiesa a Sam que su mejor amigo se suicidó sin que él nunca haya sabido los motivos de ese acto. A partir de aquí, descubriremos que el resto de los personajes también ocultan un pasado que les atormenta: Sam encadenó una serie de relaciones sentimentales autodestructivas que finalizó con una caída en el alcoholismo; Patrick aún recuerda las palizas recibidas de su padre debido a su condición sexual. Por debajo del día a día luminoso y plácido del trío protagonista discurre una oscuridad de la que intentan huir con sus sonrisas y alegría pero, inevitablemente, no pueden impedir que de vez en cuando les atenace el corazón.

No podemos culpar a Stephen Chbosky por intentar ocultar esa oscuridad interior con unas imágenes brillantes y un desarrollo hedonista -después de todo, esta es la intención de Charlie al pretender mitigar los oscuros pensamientos que rondan por su cabeza-, pero sí el no atreverse a mirar de frente las consecuencias y contradicciones de esa inestabilidad interior, excepto para añadir dramatismo al climax del relato en el cual la planificación pausada y casi neutra que imperaba hasta ese momento se fragmenta a la vez que la psique de Charlie. Radiografiar los conflictos del angst adolescente desde una óptica optimista no tiene nada de malo, pero sí cuando la búsqueda del final feliz nos lleva a cerrar los ojos para no afrontar las dificultades del camino. Lo único que nos queda claro al final de Las ventajas de ser un marginado, con sus estudiantes que escuchan a The Smiths, New Order o Sonic Youth pero no conocen a David Bowie, es que nuestro amado Duque Blanco sí que es un auténtico marginado dentro de la música popular del Siglo XX.


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